El Santo Corán enseña que al alma no es importada al cuerpo desde fuera, sino que crece en el cuerpo a medida que éste se desarrolla en la matriz. Es una esencia que destila del cuerpo a lo largo de un proceso lento, de igual forma como la cerveza destila de la cebada. No tiene en un principio una existencia separada del cuerpo, sino que a través de las etapas por las que transcurre el desarrollo del cuerpo en el seno materno, se destila del mismo cuerpo una esencia sutil que denominamos alma. Tan pronto como la relación entre el cuerpo y el alma queda perfectamente ajustada, el corazón inicia su funcionamiento y el cuerpo cobra vida. A partir de entonces, el alma posee una existencia distinta propia, separada del cuerpo, el cual le sirve de envoltura.
Según el Islam, el alma manifiesta sus cualidades siempre a través del cuerpo, de forma que cuando el cuerpo deja de ser adecuado para su propósito, al alma lo abandona. La muerte es, pues, el abandono del cuerpo por parte del alma. Cuando decimos de alguien que ha muerto, significamos simplemente que su alma ha abandonado su cuerpo, pero el alma no muere y continúa viviendo siempre. Por lo tanto, el Islam enseña que existe una vida después de la muerte y que tal vida es una continuación de la desarrollada en la Tierra. No existe un solo intervalo en el que el alma humana permanezca en un estado de inactividad o suspense, siendo reavivada a continuación y confinada a un lugar, agradable o desagradable según sus merecimientos. El alma humana posee facultades inherentes que rechazan la insinuación de un estado de inactividad; le ha sido concedida una existencia permanente, que se ve asegurada por el atributo divino expresado por el término Qayyum, es decir, el sostenedor de la vida. La muerte como dije, es simplemente la transición del alma de una forma de existencia a otra y, el Santo Corán nos dice que tal transición es fundamental para la perfección del alma. La constitución del hombre le hace posible que, cuando adquiere un conocimiento completo sobre algo, queda a salvo de los errores concernientes a tal hecho. Por otro lado, cuando algo queda completamente claro y manifiesto, el hombre deja de merecer cualquier tipo de compensación respecto a ello. Por ejemplo, nadie es merecedor de nada por creer en la existencia del sol a mediodía, o por creer en la existencia del día y de la noche. Recompensamos al estudiante que resuelve cuestiones y honramos al hombre que descubre secretos ocultos de la naturaleza. La recompensa y la alabanza, son, por tanto, los merecimientos de quienes se esfuerzan en descubrir nuevas verdades y secretos ocultos. No existe mérito en hacer y pensar lo que es simplemente obvio. Si todo el terreno del progreso espiritual hubiera sido abierto al hombre en este mismo mundo y las recompensas y castigos espirituales se hubieran hecho manifiestos aquí, las siguientes generaciones, observando los premios ganados por los virtuosos y el castigo merecido por los rebeldes, habrían desarrollado una fe tan certera en la existencia de Dios y en la verdad de los Profetas, que no les sería posible ganar compensaciones a través de pruebas y vicisitudes. Era necesario, por tanto, que la fe y sus frutos sólo se manifestaran parcialmente en este mundo, de forma que quien se esfuerce en el camino de Dios quede distinguido claramente de quien se consagra totalmente a los placeres del mundo y, cada cual sea recompensado o castigado acorde a su capacidad y acciones.
Según el Islam, el alma manifiesta sus cualidades siempre a través del cuerpo, de forma que cuando el cuerpo deja de ser adecuado para su propósito, al alma lo abandona. La muerte es, pues, el abandono del cuerpo por parte del alma. Cuando decimos de alguien que ha muerto, significamos simplemente que su alma ha abandonado su cuerpo, pero el alma no muere y continúa viviendo siempre. Por lo tanto, el Islam enseña que existe una vida después de la muerte y que tal vida es una continuación de la desarrollada en la Tierra. No existe un solo intervalo en el que el alma humana permanezca en un estado de inactividad o suspense, siendo reavivada a continuación y confinada a un lugar, agradable o desagradable según sus merecimientos. El alma humana posee facultades inherentes que rechazan la insinuación de un estado de inactividad; le ha sido concedida una existencia permanente, que se ve asegurada por el atributo divino expresado por el término Qayyum, es decir, el sostenedor de la vida. La muerte como dije, es simplemente la transición del alma de una forma de existencia a otra y, el Santo Corán nos dice que tal transición es fundamental para la perfección del alma. La constitución del hombre le hace posible que, cuando adquiere un conocimiento completo sobre algo, queda a salvo de los errores concernientes a tal hecho. Por otro lado, cuando algo queda completamente claro y manifiesto, el hombre deja de merecer cualquier tipo de compensación respecto a ello. Por ejemplo, nadie es merecedor de nada por creer en la existencia del sol a mediodía, o por creer en la existencia del día y de la noche. Recompensamos al estudiante que resuelve cuestiones y honramos al hombre que descubre secretos ocultos de la naturaleza. La recompensa y la alabanza, son, por tanto, los merecimientos de quienes se esfuerzan en descubrir nuevas verdades y secretos ocultos. No existe mérito en hacer y pensar lo que es simplemente obvio. Si todo el terreno del progreso espiritual hubiera sido abierto al hombre en este mismo mundo y las recompensas y castigos espirituales se hubieran hecho manifiestos aquí, las siguientes generaciones, observando los premios ganados por los virtuosos y el castigo merecido por los rebeldes, habrían desarrollado una fe tan certera en la existencia de Dios y en la verdad de los Profetas, que no les sería posible ganar compensaciones a través de pruebas y vicisitudes. Era necesario, por tanto, que la fe y sus frutos sólo se manifestaran parcialmente en este mundo, de forma que quien se esfuerce en el camino de Dios quede distinguido claramente de quien se consagra totalmente a los placeres del mundo y, cada cual sea recompensado o castigado acorde a su capacidad y acciones.
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